Llegamos a Florencia por la mañana, todavía arrastrando el cansancio del vuelo y el cambio de horario, pero con una idea clara: recorrer la Toscana en coche, moviéndonos entre pueblos pequeños, viñedos y hospedajes con calma.
Antes de pensar en paisajes o copas de vino, tocó resolver el primer reto del viaje.
El primer problema: rentar coche en Italia
Tomamos el shuttle hacia el área de renta de autos del aeropuerto de Florencia y ahí empezó el tema. En el mostrador de Europcar nos pidieron la tarjeta con la que se había hecho la reserva, pero con un requisito muy específico: que tuviera nombre y números grabados físicamente.

Teníamos tarjetas, pero ninguna cumplía con ambas cosas. La sensación fue extraña, casi como si fuera un procedimiento habitual rechazar por ese motivo. En ese punto no sabía si insistir, cambiar de actitud o empezar a pensar en alternativas, porque si una empresa no aceptaba la tarjeta, era muy probable que las demás tampoco.
La renta se había hecho a través del concierge de Visa, y en ningún momento nos mencionaron este requisito, ni venía claramente especificado en la documentación. Intentamos resolverlo por teléfono, pero no hubo solución inmediata. La queja quedó levantada, pero el tiempo seguía corriendo.
Probamos en Hertz, mismo requisito. En Sixt, lo mismo, aunque aquí al menos la persona fue más amable y nos canalizó con Avis/Budget, donde parecía que todavía había una opción.
Para ese momento ya llevábamos casi una hora perdida entre filas y mostradores. Cuando por fin nos atendieron, fuimos directos al punto y logramos cerrar la renta.
No fue lo ideal:
habíamos pagado alrededor de 260 dólares por una camioneta automática, y terminamos con un Fiat Panda manual, por casi 600 euros, además de no poder devolverlo en la ciudad, lo que obligó a modificar el itinerario.
Visto desde hoy, ese cambio terminó beneficiándonos, pero en ese momento fue un golpe directo al plan original.
Primeras horas manejando en Italia
Con las llaves en la mano, recogimos el coche y cargamos el equipaje. Ya eran casi las tres de la tarde, así que hacer una parada rápida en Florencia dejó de ser opción. Decidimos ir directo a San Gimignano, nuestro primer destino en la Toscana.

El trayecto fue de una hora y unos 53 kilómetros. Manejar en Italia requiere adaptación: señalización distinta, salidas poco intuitivas, carreteras angostas y conductores que no dudan en meterte el coche. Una vez que entiendes la dinámica, todo fluye mejor.
Hicimos una parada técnica para un café porque el cansancio ya se sentía. El café fue excelente.
La Toscana: el inicio real del viaje
Conforme avanzábamos, el paisaje empezó a cambiar por completo. Colinas suaves, viñedos interminables, caminos rurales y casas de piedra comenzaron a dominar el trayecto. Esta es la imagen clásica de la Toscana, una región del centro de Italia conocida por su vino, su gastronomía y sus pueblos medievales perfectamente conservados.
Este viaje iba justo de eso: Menos ciudades grandes, más pueblos pequeños, trayectos cortos en coche y hospedajes rodeados de naturaleza. A lo lejos se empezó a distinguir el perfil de San Gimignano, con sus torres medievales sobresaliendo entre las colinas.
Hospedaje en la Toscana: La Mormoraia
Nos hospedamos en La Mormoraia, una finca ubicada a pocos minutos de San Gimignano, rodeada completamente de viñedos y con una vista espectacular hacia el pueblo.
Sitio oficial: https://www.lamormoraia.it
La Mormoraia es un hotel boutique de lujo, pensado para quien busca tranquilidad, paisaje y una experiencia más íntima. La propiedad tiene un restaurante muy bien montado, terrazas al aire libre y una alberca que, aunque usamos solo una vez, valió completamente la pena.
Precios promedio
- Desde €350 a €600 por noche, dependiendo de la temporada y el tipo de habitación.
- Incluye desayuno.
- Restaurante propio con terraza.
- Alberca con vista a los viñedos.
Al llegar ofrecieron bebidas de bienvenida, pero decidimos cambiarnos primero. Traje de baño, alberca y tragos para aterrizar el día después del viaje. Buena decisión.
San Gimignano: contexto y primera visita
Por la tarde fuimos al pueblo. San Gimignano está a unos 15 minutos en coche desde La Mormoraia. Es un pueblo medieval famoso por sus torres, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y uno de los puntos más visitados de la Toscana.
El estacionamiento se hace a las afueras del centro histórico, pero todo está muy cerca. Pagamos alrededor de 5 euros por casi dos horas.
Caminamos por el centro. No había mucho movimiento, probablemente por el día y la hora. El pueblo es pequeño, muy bien conservado y se recorre rápido; en unos 15 minutos lo cruzas de lado a lado.
Cenamos en un restaurante con mesas en la calle. La experiencia fue… normal.
La comida algo salada, el vino cumplidor, pero caro para lo que fue. Aquí es común que cobren cubierto, un monto fijo por persona. El servicio fue lento y el pan que nos ofrecieron era prácticamente una roca.
Para ser nuestra primera cena en Italia, la verdad fue algo decepcionante.
Después seguimos caminando. Ya oscurecía y muchos lugares estaban cerrando. Entramos a una enoteca, vimos botellas interesantes —algunas carísimas— y terminamos llevándonos una mucho más accesible que resultó ser una joya.
Regreso al hotel y cierre del día
El camino de regreso fue sencillo, aunque de noche hay que ir con cuidado: las carreteras no tienen baches, pero tampoco iluminación, y son angostas y de doble sentido.
Ya en el hotel, abrimos la botella y cerramos el día con unas copas en el jardín, en completo silencio, aprovechando la tranquilidad del lugar.
Qué buen vino.





















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